martes, 21 de septiembre de 2021

A Manuel

Un amigo, conocido hace pocos meses, me ha enviado la página de un periódico donde aparece su fotografía y algunas anécdotas de su vida. Nada importante, a quién le importa la vida de los demás si cada uno tenemos la nuestra. De lo único que me acuerdo es de la cena radiofónica que quiere organizar. Mi amigo Manuel es un tipo raro. Es la primera persona que conozco con una mente ordenada. En horas impares sabe lo que quiere hacer, en las pares es imprevisible. He oído que hay tipos que se anticipan a su época, él se anticipa a su pasado. No quiere disimular que es epicúreo y estoico, devoto del dios Baco. No le preguntéis por qué, exhalaría, como un lamento, una estentórea carcajada y escondería bajo su frondosa barba blanca la sonrisa de desprecio que dedica a los imbéciles.

Es unos días más joven que yo y me he dado cuenta de que, sin pedírselo ni yo quererlo, se ha convertido en mi maestro. Antes de ayer monté una emisora de radio por internet como la suya, hoy me llegará un instrumento metálico de color azul, con más botones que una mercería, donde se conectan micrófonos, teléfonos y algunos cachivaches que todavía desconozco. A este artilugio le asignaré el dominio de mi emisora. Pondré en práctica todo lo que él me está enseñando. Pienso entrevistar al sabio, que nunca aprendió las tablas de multiplicar, para que examine el vuelo de los pájaros y el movimiento de las nubes. Con toda exactitud me informará del tiempo que hará al día siguiente. También ofreceré el micrófono al individuo que habla porque no sabe que es tonto, dejaré que indique el recorrido imaginario del camino que conduce al poder curativo del alma. Tendrán su espacio, en una radio sin oyentes, todos aquellos que ejercen la prudencia de no hablar. Son los inteligentes que saben que no tienen nada que decir. No me olvidaré de los pedantes que, como yo, disfrutan lanzando palabras que hoy día casi nadie conoce. Hablarán de Góngora en castellano antiguo, de Cicerón en latín y de Homero en griego. Tengo la suerte de tener una emisora que, seguramente, yo seré el único que estará dispuesto a escucharla. Sin Manuel nunca podría soñar en los místicos momentos de clausura que me esperan delante de un micrófono.

Cuando esté todo preparado, pediré a Manuel que me invite a su cena, mantendríamos la proximidad de la palabra y la distancia cubierta por un mantel alado, cortado al bies, para que quepan los platos donde comer y la copas con las que brindar.

Va por ti, maestro.

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