domingo, 20 de octubre de 2019

Intolerantes e influenciables

Intolerantes e influenciables son dos términos que admiten tres combinaciones: intolerantes, influenciables, intolerantes-influenciables. La docencia es un escaparate de estas tres variedades. Para que se manifiesten de forma visible solo es necesario la existencia de un profesor mesiánico “progre”. Los hechos que se describen son ciertos. Los nombres de los personajes han sido cambiados.



Le gustaba ir a las manifestaciones en las que hubiese pancarta de cabecera. Solía llevar en una mano una bandera roja con la hoz y el martillo y en la otra una de la Segunda República. Rafael Genil, miembro de un partido político, procuraba hacerse notar, gritaba lo apropiado para la ocasión lo más alto que le permitían la garganta y sus pulmones. Coreaba sin descanso las consignas específicas de la movilización y las que nunca podían faltar: "DEMOCRACIA Y LIBERTAD". Los que le conocían afirmaban que para Rafael la acción era más importante que el motivo que la justificaba.

Genil era profesor de matemáticas en un instituto. Le gustaba arroparse de personas a las que pudiese adoctrinar y soltar de vez en cuando una ocurrencia que pretendía ser graciosa. Quería destacar aunque solo fuese por su mera presencia. Dentro del instituto alardeaba de preservar las esencias de sus creencias políticas, incluso por la fuerza, si aparecía algún colega con una ideología diferente a la suya.

En una reunión del equipo directivo, el director informó de que había llegado una orden de la Consejería de Educación por la que todos los centros de enseñanza debían elaborar un Reglamento de Régimen Interno. El vicedirector se encargó de redactarlo. Una vez terminado, los miembros de la dirección validaron el texto y acordaron que un mes después los profesores lo sometieran a votación. 

Una copia quedó colgada en la sala de profesores durante un mes, tiempo suficiente para que pudiesen ser leídas las diez páginas de que constaba. Los miembros del claustro podían proponer las enmiendas que pudiesen enriquecerlo. Durante el tiempo que estuvo expuesto, una profesora de ciencias naturales propuso la modificación de un artículo y un profesor de filosofía, que además ejercía de abogado, hizo una sugerencia en el orden en que debían estar colocados los diferentes apartados. Ambas observaciones se incorporaron al texto. De ciento diez profesores nadie más hizo un comentario. El vicedirector enseguida se percató de que el reglamento era un tema que a pocos les interesaba.

Un miércoles, recién estrenada la primavera de 1987, se realizó el claustro, la votación de los profesores decidiría si el reglamento entraba en vigor o quedaba rechazado. El vicedirector hizo la presentación del texto y trató de justificar su contenido. Una vez que terminó su exposición, al fondo de la sala una voz elevada de tono, exaltada, pronunció un breve discurso, un mitin, en el que el odio sustituía a la razón. Era Rafael Genil puesto en pie. 

Su argumento se resumía en que el reglamento propuesto era inaceptable. Un “facha” había colaborado, un gesto que invalidaba cualquier cosa que hiciese, dijese o escribiese. Un antidemócrata por el que se debía sentir el desprecio más profundo. Cuando Genil terminó, el vicedirector le preguntó si había leído el texto del reglamento propuesto. La respuesta fue negativa. No estaba dispuesto a leer nada contaminado por un ser despreciable, un “falangista”. El vicedirector le informó de que el profesor de filosofía y abogado había sugerido un cambio en el orden del texto, no en el contenido y, añadió, que se puede estar de acuerdo o no aceptar un documento, pero no es admisible que, en este caso, se haga desde el rechazo a la diferencia de ideas políticas o desde la ignorancia voluntaria. El comportamiento de Genil ponía de manifiesto que una persona autodenominada demócrata, como era su caso, podía ser un perfecto antidemócrata.

El reglamento no se aprobó. Los tres o cuatro profesores que lo leyeron coincidieron en que era un texto apropiado para el centro. No había una razón lógica para rechazar el documento. La mayoría de profesores siguieron el dictado de Rafael Genil. Aceptaron posiciones fanáticas por incapacidad de ejercer un razonamiento crítico y pertenecer al colectivo que vive en el confort de la indiferencia.

Cuando finalizó la reunión, el lúcido profesor de religión, que era laico, se acercó al vicedirector y le mostró su solidaridad y desprecio por lo ocurrido, le dijo que asusta ver tanto profesor influenciable, que al no impedir que otros traten de imponer  sus ideas, por cualquier medio, deja que la irracionalidad de los tiranos les domine. Afirmó: "Cuando los profesores conviven en un páramo donde solo habita la mediocridad, la democracia es una palabra perdida dentro de un diccionario".


Nota marginal: el equipo directivo que había propuesto el texto del reglamento, entró en pánico y se abstuvieron en la votación, salvo el vicedirector. Al curso siguiente todo siguió igual, excepto que el director ascendió a inspector de enseñanza, la jefe de estudios a directora y el vicedirector cambió de centro. 

Pedro, profesor de física y química, afirmó en el bar del instituto, que en los centros que él conocía también había páramos de mediocridad donde predominaban profesores intolerantes e influenciables.






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