domingo, 3 de noviembre de 2019

El maestro jubilado

La autopista socorría a todos los conductores que tenían prisa. La velocidad era similar en todos los carriles. Durante las horas del día y parte de las de la noche, parecía que todos iban a almorzar a sus casas o habían terminado la jornada laboral. No había intervalos de menor densidad de tráfico. Era otoño avanzado, la playa no parecía que fuese el destino de tanto automóvil, la bocanada de coches se mantenía permanente durante los días laborables. Un maestro jubilado iba casi todas las mañanas, después de comprar el pan, a un puente construido en su barrio, que saltaba la autopista por encima de los cinco metros de altura. La obra tenía dos carriles de ida y dos de vuelta, parecía un afluente de la autopista, siempre con caudal de coches y motos. El maestro, (uno siempre es maestro aunque esté jubilado) buscaba el centro del puente para apoyarse en la barandilla y contemplar el flujo de tráfico que circulaba bajo sus pies. Calculaba el número de coches que pasaban por el carril central del ramal que se dirigía al este de la ciudad. Contaba los vehículos que pasaban durante un minuto y lo multiplicaba por sesenta, así sabía cuantos circulaban en una hora por ese carril. De lunes a viernes eran muchos, el cálculo debía hacerlo muy rápido. Apenas variaba la frecuencia de un día a otro. La estadística no era su fuerte, pero contar no se le había olvidado. 

Después del análisis empírico de una realidad objetiva, iba en busca de dos amigos, también pensionistas, conocidos desde hacía algunos meses al compartir un banco soleado en el diminuto parque cercano a un bloque de viviendas tuteladas. Allí, una cincuentena de personas, de más de setenta años, reposaban los achaques premiados por la edad y por el trabajo arraigado, en muchos de ellos, desde los catorce años.

Antes de salir de casa, el maestro miró el calendario, como cada día lo hacía durante su vida laboral para colocar debidamente la fecha en la pizarra del aula. Era lunes, siete de octubre de 2019. El primer tema de la conversación matutina con sus compañeros de banco se centraba en las noticias que habían creído oír en la radio; repetían algunas frases expresadas por los sesudos tertulianos que seguían a diario. Luego, hacían un requiebro en la conversación para hablar de las heroicidades que habían elaborado en los recuerdos, deformados por el tiempo, de la etapa donde el trabajo, penoso, duro y pocas veces suave, había sido el eje principal de sus vidas.

El tema final de la conversación giraba en torno a la vida y hechos de sus nietos. Ahí era donde el maestro podía profundizar más que sus dos compañeros. Ese día les dijo: “¿Os acordáis de un presidente de gobierno que se llama Zapatero?” Los dos asintieron. “Un día por la radio del coche, le oí decir que teníamos la generación de jóvenes mejor preparada de la historia de España. Casi me estrello cerca de un semáforo. Me indignó. Por sus palabras solo cabían dos opciones: o no se enteraba de lo que estaba ocurriendo en la enseñanza en España, desde la primaria a la universitaria, o su cinismo no tenía límites”. 

El banco quedó en silencio. Los amigos del maestro tenían cada uno un nieto en la universidad. El hombre de mayor edad visitó a sus pensamientos sin fijarse en nada ni en nadie; su nieto mayor, que había estudiado la carrera de Humanidades, a sus casi treinta años nunca había trabajado, toda su vida había sido rentista de unos padres que, además de hacer la jornada laboral, nunca les sobraban horas extras para que sus hijos tuviesen una vida confortable. Cuando el abuelo terminó de recorrer sus miedos familiares, dijo a los demás: “nosotros hemos aprendido a valorar el esfuerzo porque nadie nos protegió del trabajo ni del sufrimiento que abrasa cuando la escasez acecha a una deuda pendiente. Con catorce años ya ayudé económicamente a mis padres, con veinticinco me casé y logré tener una familia a la que no le faltó techo, ropa, zapatos, comida ni libros para estudiar. Nunca dejé de trabajar. Ahora, mi nieto no tiene necesidad de pensar en el futuro. Sin experiencia quiere ocupar un cargo directivo en una empresa donde la diversión sea el objeto de producción. Cuando despierte del sueño en el que quedó dormido a los pocos días de nacer, quizás encuentre una oferta de trabajo para el que no está preparado. No es consciente del posible trompazo que le espera en la vida real, cuando ya nadie le pueda proteger ni haya ley que le garantice la inmunidad que hasta ahora tiene”. 

No hubo conversación entre los tres, solo monólogos. El maestro, desde la autoridad que le otorgaba su experiencia, habló: “la familia y los centros de enseñanza han aislado a niños y jóvenes de la realidad que, tarde o temprano, van a tener que vivir. Algunos, al ver a sus padres, sospechan que viven en mundos paralelos, otros creen que han recibido la herencia, de no se sabe quién, por la que todo les pertenece, incluso el derecho a la mala educación, sin normas sociales que les puedan afectar”. 

Prosiguió el maestro: “El sistema educativo actual es malo, protegido por el gobierno central y autonómico. De un sistema educativo malo solo pueden salir malos estudiantes, ignorantes y desconsiderados. A veces recibimos la alegría al ver que algunos alumnos salen defectuosos, es decir, brillantes, cultos, capaces de hacer un análisis crítico de lo que les rodea; son los que no han quedado infectados por el nefasto sistema que sustituye el conocimiento por la ideología dominante”.


Los tres coincidieron: larga vida a los alumnos que el sistema educativo devuelve defectuosos. 

No hay comentarios: