domingo, 10 de noviembre de 2019

La reflexión de Facundo

Un día antes de las elecciones generales del 10 de noviembre, Facundo Recio se dispuso a reflexionar. Al fin y al cabo, el día previo a las elecciones se denomina día de reflexión. Había terminado de desayunar, pulsó el botón verde del mando a distancia y en la pantalla de la televisión aparecieron anuncios sin sonido. Hacía días que había quitado el volumen, decía que la televisión muda mejoraba la calidad de los programas, las imágenes eran menos aburridas y, a veces, graciosas.

Cuando estaba solo pensaba en voz alta, delante de su mujer lo hacía en silencio y en ocasiones, sin darse cuenta, murmuraba hasta que ella le miraba y le preguntaba ¿qué dices, Facundo? La principal ocupación en su vida era pensar, sus pensamientos podían ser explosivos hasta llegar a irritarle, enrojecerle la cara y dejarle rígido el rictus facial; otras veces le dejaban abatido y quedaba apagado como la pólvora mojada.

El día de reflexión amaneció entre interrogantes. Le surgieron mil preguntas y ninguna respuesta. Era un hombre decepcionado, engañado, estafado. En los medios de comunicación había visto y oído a todos los líderes políticos de España y ninguno era digno de su confianza, pero daba igual, a nadie le importaba. El manantial de dudas brotaba, su mentalidad racional no daba con argumentos o respuestas objetivas. 

Lo que pensaba era tan claro y evidente que no hacía falta demostrarlo. Un axioma igualmente válido para las ideas mesiánicas que calaban en las mentes débiles, ocultas en la caverna platónica. Ideas extraídas de la mentira, calculadas meticulosamente, expuestas con palabras modeladas con las lenguas bífidas de los gestores de la res publica. En la gestión política no tiene cabida la duda. Los argumentos son crueles reflejos de una realidad adornada de falsedades.

Aquella mañana, Facundo recordó a Ernesto, un compañero de trabajo fallecido hace años. Una tarde, cuando volvían a casa después de salir de la fábrica, pasaron un buen rato hablando de la función que debía realizar el político. Ernesto dijo: en política todo está al revés: los que obedecen son los que deberían mandar a los políticos y no al contrario. Recordó una frase atribuida a Federico Guillermo el Grande dirigida a sus ministros: “Hemos venido a este mundo a servir”. Facundo afirmó con un movimiento de cabeza y retornó al presente: en política, quien paga no manda.

Facundo giró la cabeza hacia la ventana y vio sin mirar los edificios próximos a su casa. Se quedó abstraído y pensó, España desapareció cuando se aprobó la constitución de 1978. En ese momento se legitimaron los nuevos Reinos de Taifas. A partir de entonces ser español se convirtió en un adjetivo. Uno era de Euskadi, otro de Catalunya, otro de Galicia, otro de Castilla la Mancha y así sucesivamente. 

Se generalizó un vocabulario político hueco, sin contenido, dejó de ser parte de una tecnología de la comunicación para ser un ente trascendental imposible de precisar objetivamente en la lengua española. Pensó en algunos ejemplos:
¿Cuál es el significado de “progresista”? ¿Quién ha precisado sus criterios de demarcación? ¿Quién puede ser progresista? ¿Quién decide quién es progresista?
¿Qué es ser de izquierdas o de derechas? Esa clasificación tenía sentido tras la Revolución Francesa. Los conservadores ocupaban la parte derecha y los liberales la parte izquierda en los debates de la Asamblea Nacional. Pero ahora, ¿qué determina pertenecer a la derecha o a la izquierda? ¿Quién autoriza a aquellos que asignan a los demás ser de derechas o de izquierdas? ¿Por qué una persona recibe el cuño que le acredita ser de derechas o de izquierdas? ¿Qué cualidades debe tener una persona que se autodefine de izquierdas o de derechas? Nuevamente, decía Facundo, nos encontramos con palabras que no tienen significante ni significado. 

A Facundo Recio se le abrían los cajones mal cerrados de los recuerdos recientes. No olvidaba que desde la Constitución actual, Cataluña o el País Vasco iban a ser detonantes de la descomposición del estado español, no del gobierno que apenas tenía funciones para gobernar. Intuía que el nacionalismo no tiene sentido si no se dirigía hacia la independencia. Le apenaba lo que hacían los políticos independentistas catalanes y la agresividad que provocaban en buena parte de la población Catalana. En aquellos acontecimientos se reafirmaban sus tesis sobre los valores que apuntalan a cualquier democracia. Y se volvía a preguntar:
¿Democracia? Es un concepto romántico que se estrella contra la realidad. Es inadmisible, pensaba Facundo, que la democracia formal no tuviese una correspondencia con la realidad. En política y otros negociados, solo los intransigentes tienen la posesión de la palabra democracia, para referirse a la cualidad de aquellas personas que piensan y actúan como ellos desean que piensen y actúen. En caso contrario, el respeto por la pluralidad se esfuma rasgando el velo de la democracia formal para convertirse en confrontación abierta y despiadada.
¿Libertad de expresión y opinión en política? La pueden ejercer los que tienen poder o colectivos con suficiente fuerza para imponerla; las opiniones del resto de las personas no sirven para nada. En el mejor de los casos puede quedar silenciada y en otros puede costar económica y socialmente muy cara.

Tanta reflexión le llevó a Facundo Recio a una conclusión: el discurso político es metalenguaje, que permite a sus voceros ejercer el poder desde la inconsistencia de principios sin contenido. Se reafirmó en que no existe la fuerza de la razón sino la razón de la fuerza. La razón no sirve para nada si no se tiene la fuerza suficiente para imponerla.

Acabó su diccionario político personal de forma brusca, sus pensamientos le estaban produciendo veneno que solo a él le iba a afectar. Ya le habían amargado el día que, todo buen ciudadano, debía dedicar a reflexionar para elegir a sus desconocidos representantes, de los que no esperaba nada y menos algo bueno.


Facundo Recio había cumplido con su obligación, en el día de reflexión, había reflexionado.

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